Era un sábado por la mañana, cuando el joven Steve se levantaba, no sin cierto nerviosismo, para tomar como de costumbre sus tostadas con mantequilla y su insustituible café con leche. Por dentro tenía una extraña sensación, era como si supiera que iba a pasar algo grande, algo genial cuando, de repente, llamaron al timbre de la puerta. Aún con la bata puesta, se abrochó el cinturón y se acercó a la puerta.
– ¿Quién es?
– Traigo un paquete de Special Auto Parts para Steven J. Smith –respondió el repartidor de la compañía de paquetería–.
Antes de abrir echó una breve ojeada por la mirilla de la puerta, pero con esos datos ya tenía claro que era lo que le iban a entregar. Cuando aquel hombre con uniforme le hizo los honores con la caja después de pedirle una firma, Steve la tomó con entusiasmo, de echo se podría decir que le puso mucho más que cuando era pequeño y desenvolvía los regalos de navidad. Hacía ya casi dos años compró un Dodge Challenger R/T de 1970 a un particular que estaba haciendo limpieza del jardín y del garaje, un viejo Dodge oxidado por fuera y con un motor que ya no era capaz de arrancar, con la tapicería y los asientos estropeados por el paso del tiempo, pero que después de un exhaustivo examen llegó a la conclusión que el chasis estaba en muy buenas condiciones y, aunque con muchas horas de trabajo por delante, ese viejo cacharro podía volver a la vida.
Le costó muchísimo trabajo encontrar un coche así, después de casi seis meses de intensa búsqueda y de ver como una docena de unidades, se había encontrado con todo tipo de sorpresas. Desde coches que no tenían ni tan siquiera el motor hasta una unidad que alguien con muy poca pericia convirtió en descapotable, pasando por alguna por la cual sus propietarios pedían sumas de dinero fuera de toda lógica, seguramente debido al famoso valor sentimental que le damos a las cosas, e incluso uno que tenía el chasis completamente doblado debido a un fuerte accidente.
Habían pasado ya 22 meses de un enorme esfuerzo, y es que después de llegar del taller de su tío donde trabajaba arreglando viejos Cutlass, Impala… y de vez en cuando algún coche europeo de los ’70 y ‘80 que llegaban del vecindario, dedicaba un buen puñado de horas por las tardes e incluso quitando horas de sueño por las noches, fines de semana sacrificados en favor de un sueño de pequeño. Tenía poco más de 10 años cuando por televisión pasaron una película que le dejó marcado por el resto de sus días, no recordaba los nombres de los actores pero tampoco los necesitaba, sólo se quedó con la imagen de aquel Dodge Challenger R/T de color blanco que cruzaba las carreteras a toda velocidad, con la única finalidad de su conductor de llegar a tiempo para ganar unas apuestas. Y sin duda le dejó marcado la escena final, cuando el coche acaba chocando contra las palas de unas excavadoras puestas por la poli para detener al loco conductor. Y un final así para un coche tan bello como ese no era aceptable, Steve quería devolver a la vida a ese coche, bueno si no era ese mismo al menos que fuera uno como ese.
Hoy le había llegado el turno a los embellecedores de la carrocería, porque sólo le faltaba la guinda a ese fantástico pastel que ya estaba casi terminado, los emblemas que iban en la parrilla delantera y en las aletas. Se fue de un brinco a su habitación para cambiarse, con unos tejanos y una camiseta ya le bastaba, agarró con fuerza la caja y se olvidó por completo de su desayuno. Cogió las llaves, cruzó el patio a toda prisa para abrir el garaje con el mando a distancia, y detrás de la puerta apareció aquella belleza. Allí estaban sus cuatro faros redondos y la parrilla cromada sonriendo de alegría, faltaba ya muy poco para volver al mundo de los vivos de forma definitiva. Se acercó al coche, se arrodilló y, mientras le acariciaba la suave carrocería pulida y pintada toda entera con un mimo que no tenían igual, se puso a hablar con el coche.
“Ya tenemos tus últimos detalles, mi pequeña bestia, ahora te abrocho el vestido y nos vamos a nuestro baile de fin de curso”
Entonces dispuso los diferentes emblemas en sus sitios correctos, abrió la puerta del conductor y se deslizó gracilmente sobre el asiento de cuero negro, suave como la piel de un bebé, se acomodó en él y acarició el interior del coche, entregándole todo el cariño posible antes del instante mágico. Ya tenía la llave en la mano y la puso en el contacto, dispuesto a arrancar por primera vez su poderoso motor. De hecho no sería exactamente la primera vez que lo ponía en marcha, puesto que después de sustituir algunas piezas que tuvo que pedir a fabricantes especializados en recambios para esos Muscle Car, y de rectificar otras utilizando las herramientas del taller de su tío, hizo una prueba para asegurarse de que todo funcionaba como era debido. Pero ahora sería diferente, iba a ser especial porque no se trataba de una prueba sin movimiento, no era una prueba sin más. Hizo un par de intentos fallidos hasta que, por fin, la bomba de gasolina llevó el preciado combustible a los carburadores y finalmente estos proveyeron a los enormes cilindros del 426 Hemi V8 para iniciar la estruendosa sinfonía.
Para los vecinos quizás ese motor sería considerado ruidoso, pero para Steve el hecho de poder escuchar el poderío mecánico de La Bestia era como para otros acudir a una audición de una orquesta sinfónica interpretando las más bellas melodías de los autores clásicos. Pisó el embrague, metió la primera marcha y con la máxima suavidad posible salió del garage, eran muchas las horas de trabajo invertidas en esa joya, y ahora tocaba tratarla con mimo, con suavidad, pero poco a poco le fue pillando el ritmo al baile, el motor empezó a subir de vueltas y su enorme par se transmitía a las ruedas traseras sin piedad. Le habían hablado de lo poderoso que podía llegar a ser ese motor, y el suave Vals con el que empezó el baile poco a poco se transformó en un auténtico Rock, una danza frenética que subía de ritmo según la pareja se iba conociendo y mejorando su confianza mútua.
Después de casi un par de horas de baile, y alguna cruzada fuera de programa, Steve llegó de vuelta a casa feliz por todo ese tiempo y dinero invertidos en el coche. Ahora ya podía decir, sin lugar a dudas, que eso que una vez de pequeño fue un sueño se había hecho realidad, se acababa de enamorar de su pareja de baile, y eso ya sería para siempre. Ni nada ni nadie podría quitarle ese mágico momento.
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